Ayer me falló el paciente de última hora y decidí que era un momento perfecto para ir a buscar a Rosca y a Tashi y marcarnos un buen recorrido. Casi diez kilómetros en una de nuestras zonas habituales. Senda de tierra suelta, un pequeño pinar y camino de parcelaria algo más prensado.
Salvo por mi incipiente resfriado todo pintaba perfecto. La luna sonriente, el viento ligero pero helado, eran las ocho de la tarde y estábamos a cero grados. Mis chicos deseosos de salir a correr todos juntos. Esos días en los que apenas se alejan dos metros de tí ya en campo abierto y sueltos, son un gran indicador de que van a darlo todo. En un visto y no visto estamos todos preparados. Casco, frontal, braga en cuello y cara, ropa de abrigo bien pertrechada y dos pares de guantes más finos en vez de los de nieve (que por cierto no se donde están). Ambos esperan como estatuas con sus arneses puestos y con la linea tensa, atentos pero pacientes. Me termino de ajustar mi atavío y les doy la señal de salida. Me encanta ese momento, me pongo en cuclillas sobre la plataforma del patín y disfruto del galope de mis perros a algo más de cuarenta kilómetros por hora en esos primeros cientos de metros. No aguantaran mucho ese ritmo pero a los tres nos encanta esa sensación. Nos conocemos el recorrido a la perfección y sólo una cosa termina ocupando mi mente, la visión de mis perros, la parte del camino que ilumina el frontal, su jadeo y el sonido de sus pisadas al galope.
Hacia el kilómetro cinco llegamos a una zona del recorrido en la que pasamos cerca de una finca con un mastín como perro de guarda. Siempre nos ladra y corre junto a la valla, todos le conocemos y apenas supone una distracción. Pero siempre hay algo que me inquieta y es que a veces se escapa y está fuera del vallado. En esta ocasión mi primera impresión es que está dentro. Pero de pronto Tashi mira bruscamente hacia la finca y hace un amago de frenar, vamos a más de veinticinco kilómetros por hora y lo último que quiero es arrollar a uno de mis perros. Todo ocurre en una fracción de segundo, Tashi no para pero yo ya había tocado el freno e instintivamente también había dirigido la mirada por un instante hacia la valla. El tiempo y el momento justo para meter la rueda delantera en un pequeño socabón en el suelo. Acto seguido estoy con el manillar incrustado en el muslo izquierdo y en el suelo gritando la orden de parar. Con una mano aun agarrada a la empuñadura y un par de metros después paran en seco. Los perros, como en otras ocasiones me miran algo extrañados y a la espera. Me duelen las manos y el muslo. Miro a mi alrededor y aunque ya me lo imaginaba por el talante bastante sosegado de mis compañeros, confirmo que el mastín si estaba dentro del vallado. Terminamos el circuito, los perros impecables y yo bastante magullado.
Así quedo uno de los guantes, menos mal que llevaba dos en cada mano |
Que paséis todos una feliz Nochevieja y tengáis una buena entrada de año.
Aupa Ruben,un abrazo y feliz 2012!
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